El Buen Fin es la campaña de promoción del consumo más grande de México desde el 2011, y es un evento organizado por la Secretaría de Economía (SE) y otras instituciones del gobierno federal. Por parte del sector privado, participan como co-anfitriones la Confederación de Cámaras Nacionales de Comercio, Servicios y Turismo de los Estados Unidos Mexicanos (CONCANACO-SERVYTUR), el Consejo Coordinador Empresarial (CCE), la Asociación Nacional de Tiendas de Autoservicio y Departamentales (ANTAD) y otros gremios empresariales.
Las ventas totales en la edición 2019 de El Buen Fin alcanzaron los 117.9 mil millones de pesos; 4.9% más que la edición del año anterior y participaron 91,238 empresas, siendo los productos más vendidos: ropa y calzado con el 30%, artículos electrónicos con el 17%, y artículos para el hogar con 15%. Los compradores generaron un ticket promedio de compra de $647 pesos en pago con tarjeta débito y $1,625 en pago con crédito. Y se observa una reducción en el uso de efectivo en las 2 últimas temporadas, siendo el comercio electrónico 9.4% de las Ventas totales en 2019, alcanzando $11.1mil millones de pesos. Esto implica un incremento del 45% respecto a años anteriores.
Así, el Buen Fin supone un evento para incentivar el consumo de mercancías que habrán de sumarse a las que ya existen en los hogares o que reemplazarán a otras en desuso. Sin embargo, ¿qué lecciones enseñan estos eventos de frenesí comercial con precios reducidos o meses sin intereses? Varias lecciones, pero nos concentramos en dos que son de nuestro interés: la externalización de costes socioambientales y el sobreconsumo contemporáneo.
La producción industrializada de mercancías que se comercializan en México y en otros países del mundo supone la externalización de costes ambientales y sociales que no se agregan en las contabilidades de corporativos industriales y tiendas departamentales y de conveniencia. Esto quiere decir que el precio final de una prenda o artículo, el precio que pagamos en el centro comercial, no integra el costo de contaminación de un río, ni el costo de emisiones de CO2 por fletes de distribución, ni el coste del mantenimiento de vertederos de aparatos, prendas o empaques inservibles. Estas problemáticas están ocultas detrás de la producción y comercialización de artículos y no son asumidas por las empresas sino que se externalizan para que otros paguemos por ellas, como en este caso el Planeta o nosotros mismos sufriendo las consecuencias de la degradación ambiental.
Tampoco, por otro lado, los precios de los productos de consumo integran costos sociales por concepto de prestaciones laborales incumplidas -sea porque se contratan a obreras y obreros vía outsourcing o mediante contratos temporales que se renuevan sucesivamente sin generar antigüedad, ni tampoco el costo social de decenas de artesanos, costureras, decoradores y demás trabajadores que son desplazados, quedando así desempleadas y desempleados por la introducción tramposa de manufacturas a bajo costo (dumping social). En definitiva, la externalización de costos ambientales y sociales, posibilita la oferta de productos con descuentos en momentos específicos del año, como en el Buen Fin.
Esta externalización de costes ambientales y sociales se traduce en problemáticas que nos afectan a todas y todos sin distingo del consumo que realice cada quien ni de su situación económica familiar. Así, la Organización Mundial de Salud indica que más de 100 enfermedades humanas se originan en la contaminación del aire, el agua y el suelo, la exposición a productos químicos, el cambio climático y la radiación ultravioleta, por mencionar algunos. En México, la SEMARNAT ha indicado que la degradación ecosistémica por la expansión agropecuaria y la urbanización, entre otras causas antropogénicas, amenaza al 10% de la biodiversidad del planeta que se encuentra en México. Así también, de acuerdo al C40, el sobreconsumo a nivel global es responsable de alrededor del 60% de las emisiones de gases de efecto invernadero, por lo que todas estas compras desenfrenadas contribuyen al cambio climático.
En México, se carece de información anual y datos desagregados que den seguimiento a las afectaciones ambientales generales del consumo, es decir, huella ecológica, huella hídrica, emisiones de GEI por rubro productivo, por estacionalidad, etcétera. Sin embargo, existen algunos datos que pueden darnos una idea más precisa de cómo una externalización de costes socioambientales permite precios bajos y oferta de mercancías con descuentos que posibilitan un creciente consumo de productos con una consecuente huella ecológica directa.
Así, en el país, la generación de residuos sólidos urbanos ha venido en aumento año con año: según datos del 2020 se producen cerca de 44 millones de toneladas de residuos anualmente, lo que equivale a 120 mil toneladas diarias. Específicamente, la generación de residuos electrónicos en 2016 fue de 1.1 millones de toneladas de residuos de aparatos y dispositivos electrónicos y electrónicos, lo que supone riesgo de lixiviados de arsénico, cadmio, cromo, litio, mercurio y plomo cuyo impacto en la salud humana van desde daños pulmonar, renal, presión arterial, cáncer, entre otros.
Pero si comprar en-línea se juzga un avance en la reducción de impactos ambientales, la realidad es que la huella energética por el consumo digital es cada vez mayor. Por ejemplo, las instalaciones de alojamiento web tienen la capacidad de consumir la energía que requiere una ciudad de tamaño mediano. En conjunto, el sector de las tecnologías de información actualmente consume aproximadamente el 7% de la energía mundial.
Ante el sueño sugerente de un mercado ilimitado de intercambios comerciales por doquier, a precios cada vez más bajos y altamente automatizado y virtual, la realidad se impone: un planeta finito y enfermo compuesto por sistemas de seres vivos en los que fluye materia contaminada y energía desordenada que se ha traducido en ecosistemas degradados en donde plantas y animales están amenazados porque dichas afectaciones ambientales amenazan la viabilidad de seguir sustentando la vida misma. Los impactos de nuestra actual actividad productiva y de consumo sobre el planeta están conduciéndonos a elevadas concentraciones de CO2 en nuestra atmósfera, esto significa un retorno al periodo del Plioceno cuando había alrededor de 400 ppm de CO2 en la atmósfera, como sucede desde 2013.
Por todo esto, es importante que podamos transitar hacia un modelo económico que no se base en el sobreconsumo para mantener a flote la economía, ya que esto trae consigo grandes afectaciones ambientales, sociales y para la salud humana. Si bien este cambio requiere de transformaciones estructurales, desde nuestra posición individual como consumidores (as) podemos comenzar a demandar este cambio a través de nuestras decisiones de consumo. Elegir una prenda sobre otra, o un alimento sobre otro, no solo es un acto de compra o consumo sino también un acto político que nos permitirá avanzar hacia un modelo económico más justo y verde.
Por esto, en esta época de sobreconsumo busquemos que nuestra premisa sea consumir menos y consumir mejor. Para ello, podemos buscar reducir lo que compramos, evitando consumos superfluos y eligiendo lo que realmente necesitamos; así como optar por opciones locales, naturales, no industrializadas, de comercio justo y ecológicas. Dejemos atrás el centro comercial y a las grandes marcas internacionales y apoyemos a las empresas mexicanas sustentables, así como a las opciones de consumo alternativo que hay en nuestras ciudades. Para algunas opciones visitar nuestro directorio de consumo responsable en https://consumoresponsable.greenpeace.org.mx/
Nota original: https://www.eluniversal.com.mx/opinion/manuel-antonio-espinosa-y-ornela-garelli/los-impactos-ambientales-y-sociales-del-buen-fin